Historia y origen de la Deuda E(x)terna Argentina (1a. Parte)
“Aunque somos las víctimas, no podemos dejar de admirar la clarividencia con que los ingleses vieron la realidad, y el ingenio con que crearon un sistema de explotación que la humanidad tardaría más de un siglo en comprender y tratar de desarticular. Endeudar un país en favor de otro, hasta las cercanías de su capacidad productiva, es encadenarlo a la rueda sin fin del interés compuesto. La servidumbre indirecta que el acreedor impone al deudor, es una forma de compulsión para dirigir la corriente de compras y ventas de los países deudores. Es también, un cimiento sólido para intervenir en el manejo de la política interior de cada país.”
(Raúl Scalabrini Ortiz en “Política Británica en el Rio de la Plata”).
Repelidos los intentos ingleses de invasión militar de 1806 y 1807 (Reconquista y Defensa de Buenos Aires), los británicos idearon una forma más sutil y efectiva de dominación, y en complicidad con el cipayaje nativo pergeñaron los mecanismos de sumisión económica que aún perduran hasta nuestros días. Aquí encontraron a un triste exponente de entrega y falta total de nacionalismo: Don Bernardino Rivadavia (sí, el mismo que hoy tiene en su honor la avenida más larga del país). Rivadavia fue iniciado masón en Europa, actuando en las logias Estrella Sureña y Aurora.
En 1824, siendo Ministro de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, autorizó a pedir un préstamo de 1 millón de libras esterlinas a la Casa Baring Brothers de Londres, cuyos hermanos eran funcionarios y banqueros del Foreign Office, del Ministerio de Hacienda, de la Tesorería británica y hasta de la Compañía General de Indias.
El “propósito” de ese préstamo era la creación del puerto, el desarrollo de las aguas corrientes en la ciudad, la fundación de pueblos en el interior y un banco. De ese millón de libras esterlinas originalmente solicitado sólo llegaron 560.000 libras, y de ese monto apenas 60.000 fueron en efectivo, porque el resto fue girado en letras de cambio sobre casas comerciales británicas, las cuales “casualmente” eran propiedad de los propios gestores del empréstito. La tasa de interés pactada era del 6%, cuando en Londres lo habitual era el 3%. La Baring Brothers además descontó por adelantado dos años de intereses. Así comenzó la primera y gigantesca deuda externa argentina. El dinero jamás fue usado para los supuestos propósitos a los que estaba destinado, y para garantizar tan enorme fraude se puso en garantía toda la tierra pública, en lo que se denominó “Ley de Enfiteusis”. O sea, si no se pagaba, los ingleses se cobraban con territorio nacional.
Era tan grande la estafa que hasta el mismísimo Nathan Rothschild se abstuvo de participar. En 1828 y ante la imposibilidad de pago, se entregaron dos fragatas argentinas que se estaban construyendo en Gran Bretaña, lo que dejó a la nación indefensa ante la usurpación pirata de las Islas Malvinas en 1833. La deuda, según Bernardino Rivadavia, se pagaría en tan sólo tres años con la renta de la Aduana de Buenos Aires. Y ahí surge la pregunta: ¿por qué no esperar esos tres años, juntar el dinero y no endeudarnos? La respuesta es simple: endeudarnos era parte de un plan de dominación económica, nada más y nada menos.
Entre 1825 y 1828 se desarrolló la guerra contra el Imperio del Brasil, siendo los Federales los que le piden a Rivadavia tener el peso del combate, pero aquél prefería perder la guerra y la Banda Oriental antes que oír el pedido federal. Por eso, instruyó al ministro Manuel García a ir a Río de Janeiro a terminar la guerra “a cualquier precio”. El “acuerdo” pactado era de tal vergüenza que don Bernardino le echó toda la culpa a su subalterno, intentando desconocer la misión que él mismo le había encargado.
Al tiempo surge otro escándalo que culmina con la renuncia de Rivadavia. Dorrego publica en “El Tribuno” los negociados de las minas de Famatina en la provincia de La Rioja, denunciando coimas e incompatibilidades entre el presidente y la firma “The Provinces of the River Plate Minining”. Rivadavia termina yéndose, pero su escrito de renuncia es de tal cinismo que merece ser transcripto: “Me es penoso no poder exponer a la faz del mundo los motivos que justifican mi irrevocable decisión. He dado a la patria días de gloria, he sostenido hasta el último punto la honra y dignidad de la Nación. Dificultades de nuevo que no me fue dado prever han venido a convencerme que mis servicios en lo sucesivo no pueden serle de utilidad alguna, quizá hoy no se hará justicia a mis sentimientos y a mi nobleza”. Esta es la caradurez de Rivadavia, el primero que “vendió” a la incipiente Patria. Por sus “servicios” al extranjero, la prensa y pensamiento liberal de Bartolomé Mitre y Faustino Domingo Sarmiento en años postreros lo reivindicarán para la “historia oficial”.
El general Juan Lavalle fusiló luego al coronel Manuel Dorrego y le es ofrecido el gobierno al General Don José de San Martín, quien lo rechaza y explica los motivos en una misiva a su camarada O’Higgins: “Los autores del fusilamiento de Dorrego son Rivadavia y sus secuaces y a todos nos consta los males inmensos que ellos han causado no sólo a este país sino al resto de América con su infernal conducta, si mi alma fuera tan despreciable como la de ellos aprovecharía esta ocasión para vengarme de las persecuciones que mi honor ha sufrido, pero hay que enseñarles la diferencia que hay entre un buen hombre y un malvado”.
Don Juan Manuel de Rosas durante su primera gobernación (1829/1832) y las posteriores de Balcarce, Viamonte y Maza (1832/1835), suspendieron el pago de la deuda. Rosas anuló la Ley de Enfiteusis y, como era de esperar, el representante de la Baring protestó enérgicamente. La deuda por entonces era de 1.900.000 libras esterlinas.
En 1842 (ya debíamos 2.100.000 libras por la acumulación de “intereses”) llegó a Buenos Aires una misión exigiendo el inmediato pago. Rosas acordó un pago mensual de 5.000 pesos fuertes por mes (1.000 libras). Luego de la derrota de Caseros, el 3 de febrero de 1852, bajo el gobierno de Justo José de Urquiza la deuda aumentó a 2.300.000 libras esterlinas, conviniendo Valentín Alsina el pago mensual de 10.000 pesos.
En 1865 se vuelve a pedir un nuevo préstamo, esta vez de 2.500.00 libras esterlinas, para la nefasta “Guerra de la Triple Alianza”. De las 2.500.000 libras sólo llegaron 1.700.000, puesto que el resto quedó en manos de comisionistas, coimas, gastos de viajes, etc. En aquellos tiempos, a pesar de los pagos realizados, adeudábamos 4.777.000 de libras.
Durante la presidencia de Sarmiento se vuelve a tomar deuda (según se señala, para “la construcción de ferrocarriles y para equilibrar la balanza de pagos”, porque importábamos más de lo que exportábamos). La deuda ascendía en ese momento a 14.500.000 libras. El general Julio Argentino Roca (más allá de sus méritos de haber consolidado que la Patagonia sea argentina) vuelve a tomar nueva deuda durante su presidencia y promueve el libre cambio. Lo sucedió en el cargo Juárez Celman, quien hasta permitió que los bancos privados emitieran moneda. A su renuncia lo continuó en la presidencia Carlos Pellegrini, quien recibe un país con una deuda externa de 71.000.000 de libras esterlinas. Para ese entonces la banca era liderada por Lord Rothschild, el mayor acreedor de la Argentina.
La “historia oficial” señala que el empréstito con la Baring Brothers se terminó cancelando en 1904, es decir 80 años después de su emisión, pero esto oculta una falacia, porque la verdadera acreedora ya no era la Baring sino la naciente banca Rothschild.
Los Revisionistas señalan que nuestro país recién tiene deuda cero hacia mediados y fines del primer gobierno del General Juan Domingo Perón (1946/1952). Con su derrocamiento, la rueda del endeudamiento volverá a girar hasta nuestros días.
Para finalizar citaremos nuevamente a Raúl Scalabrini Ortiz, quien nos ilumina con estas palabras: “Directa o indirectamente los empréstitos y endeudamientos exteriores sucesivos se utilizaron en realidad en saldar los déficits fiscales y pagar intereses de intereses, porque directa o indirectamente el hedonismo y el ocio de la oligarquía corrieron por cuenta del Estado. Con excepción de algunos años, todos los gobiernos gastaron más de lo que percibían. Esos déficits acumulados se pagan con empréstitos o con los recursos logrados en la venta a los ingleses de las pocas obras útiles hechas con parte de los empréstitos anteriores. Este disparatado ritmo fiscal es explicable únicamente como sugestión de los que hicieron del préstamo un instrumento primordial de dominación, porque ninguno de estos gastos fiscales fue imprescindible y porque la simple imitación de las naciones europeas organizadas hubiera procurado una disciplina fiscal distinta. La misma administración inglesa era un modelo notable y asequible para aquellos gobernantes. Pero la política de penetración capitalista inglesa obligaba a que estos países hicieran justamente lo contrario.”
Artículo publicado en el Periódico Bandera Nº 13 (Octubre 2016)
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